en el saber y la experiencia. Porque, a fin de
cuentas, "el riesgo sin conocimiento es
peligroso, pero el conocimiento sin riesgo es
inútil".
La dinámica social de un Docente
Universitario debe estar orientada por la
incorporación de grandes masas humanas a la
vida pública basados en una estrategia de
anticipación y prevención que nuestra
responsabilidad nos exige -como maestros,
guías y modeladores de vida , pero también
como simples ciudadanos- Sólo así podremos
construir un mundo más libre y más humano,
donde el bienestar y la alegría de vivir sean para
el disfrute de la mayoría y no el privilegio de
unos pocos; donde la ciencia y la tecnología, la
cultura y la economía, estén al servicio de lo
único realmente importante: la libertad y la
dignidad de cada hombre y cada mujer.
Se es profesor por variadas
circunstancias, pero solo se es Docente por una
razón: se cree en el futuro luchando por el
presente a través de la formación de personas,
en cualquier nivel en que nos desempeñemos.
Ser Docente Universitario, Va más allá de un
trabajo, de un título o de un cargo, e inclusive
va más allá de un apostolado. Es la elección de
una forma de vida que se asume desde la labor
diaria, las exigencias, la lucha, el agotamiento,
la esperanza y la alegría de hacer lo que
elegimos ser.
No se es docente por trabajar en el ámbito
educativo, lo somos porque creemos en el
hombre y en la sociedad y fundamentalmente en
la educación como la única herramienta para
lograr transformar el mundo, cincelar
corazones, abrir horizontes y estimular con el
ejemplo y la palabra. Recordemos, somos
maestros del humanismo y no olvidemos nunca
que si bien explicamos lo que sabemos o
creemos saber, solo enseñamos lo que somos.
La nueva realidad social, donde la
globalización y la complejidad son cada vez
más evidentes, requiere que las actuales
generaciones se formen en universidades
acordes con las nuevas tendencias del siglo
XXI. Para Morín, la educación debe favorecer
la aptitud del pensamiento, para plantear y
resolver los problemas y estimular el empleo
de la inteligencia, para contribuir a la
autoformación de la persona (aprender y
asumir la condición humana, aprender a vivir).
Convirtiéndose entonces en un proceso de
toma de decisiones inteligentes, en una
práctica orientada por intenciones complejas,
concentrada en el significado que las personas
le otorguen al proceso de sus acciones.
En este punto es necesario recordar lo
establecido en la UNESCO (2009), donde se
reseña que “las instituciones de educación
superior, y en particular las universidades,
tienen la responsabilidad de llevar a cabo la
revolución del pensamiento, pues ésta es
fundamental para acompañar el resto de las
transformaciones” (p.5). Esta reforma,
revolución y transformación de la educación,
son una serie de tareas sociales y colectivas.
Expone Morín (1999), “de ahí surge la
doble función paradójica de la universidad:
adaptarse a la modernidad científica e
integrarla, responder a las necesidades
fundamentales de formación, proporcionar
docentes para las nuevas profesiones, pero
también, y, sobre todo, proporcionar una
enseñanza meta-profesional, meta-técnica, es
decir, una cultura” (p. 86). El pensamiento del
autor (Ob. Cit.), le hace decir, no se puede
reformar la institución sin haber reformado
previamente las mentes, pero no se pueden
reformar las mentes si no reformaron
previamente las instituciones. Es decir que es
una necesidad de los actuales momentos,
reformar el pensamiento universitario y la
enseñanza, que permitan hacer no sólo separar
para conocer, sino también vincular lo que
está separado, en un todo; el ser humano, la
naturaleza, el cosmos, la realidad.
De lo general a lo singular el docente
universitario como ser social, en su espacio de
subjetividad ha de apoderarse del discurso y
formar las ideas de los grupos para articular
con la sociedad, con el único deseo de buscar
la realidad y abrir nuevos espacios, obtenidos
estos, a través de la experiencia que tiene cada
uno como docente posee, con horizontes
compartidos, que reconozcan las opciones