clave. El cómo, cuándo y con qué fin incluir
tecnología son cuestiones básicas por responder
cuando se busca un uso efectivo de las herramientas
tecnológicas. No obstante, en demasiadas ocasiones
esa inclusión ha sido asumida como el simple
cambio de la tiza y pizarra por un proyector. Estas
prácticas quedaron al descubierto durante la
emergencia sanitaria. Como señala García (2021)
los docentes menos experimentados en el uso
tecnológico o los tradicionalmente renuentes a la
tecnología volcaron sus prácticas de la
presencialidad hacia los entornos en línea
replicando su acción pedagógica en formato digital.
“Y, casi seguro, no funcionó” recalca (García, 2021,
p.17) dejando en claro que la tecnología por sí sola
no es garantía de cambios importantes en los
procesos de enseñar y aprender.
Por lo tanto, las respuestas a los interrogantes
mencionados sobre el cómo, cuándo y para qué
incluir tecnología van a depender de las teorías
subyacentes en las prácticas docentes. Al respecto,
como bien se conoce, alrededor de los años setenta,
la revolución cognitiva hizo comprender a los
investigadores que el estudiante trae consigo
información que contribuye a los nuevos
significados y a diferencia de la teoría conductista,
reconoce al estudiante como constructor de su
propio conocimiento. Sin embargo, a pesar del
tiempo transcurrido, la práctica de un aprendizaje
activo no ha realizado grandes progresos (Maggio,
2016). Es aquí donde la tecnología educativa hace
su contribución. Para Reyero (2019) a través del
carácter globalizador de la tecnología, se favorece la
interacción social, facilita la vivencia de
experiencias emocionantes de aprendizaje
permitiendo al estudiante ser el constructor de su
propio conocimiento. De esta manera, los principios
del constructivismo que permanecían en el plano
teórico se hacen visibles gracias al aporte
tecnológico (Rubio & Jiménez, 2021).
El Cambio de Época
Históricamente el fin de una época ha estado
marcado por grandes acontecimientos (Carrión,
2020). Por ejemplo, el fin del imperio romano marca
el final del período histórico conocido como edad
antigua. El período medieval llega a su final tras la
caída de Constantinopla. El mundo moderno estuvo
vigente hasta la Revolución Francesa en 1789. De
ahí en adelante el mundo ha vivido la
posmodernidad, hoy en entredicho. Pero ¿a qué
final de imperio o a qué revolución referir para
marcar el fin de esta era? Carrión (2020) relata: “por
la mañana un virus desconocido entra en el cuerpo
de un hombre de 55 años […]. Por la tarde empieza
el siglo XXI” (p.7). ¿Es el esparcimiento del
coronavirus ese acontecimiento histórico
determinante del cambio de época? La respuesta
será motivo de debate sin duda. Sin embargo, lo que
sí queda claro es la reconfiguración del diario vivir
en el planeta producto de la pandemia COVID-19 en
donde la tecnología jugó y juega un papel
predominante.
De hecho, la participación de la tecnología en
la posmodernidad ya venía configurando nuevos
escenarios en el campo económico, político, social
y educativo. Desde las últimas décadas del siglo XX
se advertía del impacto del uso del internet en la
sociedad. Por ejemplo, afirmaba que con una
proyección de alrededor dos mil millones de
usuarios de internet como mínimo para el 2007 era
claro que “…en todo el planeta los núcleos
consolidados de dirección económica, política, y
cultural estarán también integrados a internet”
(Castells, 1999, p. 1). Las cifras más recientes
sobrepasan enormemente el futuro avizorado por
Castells. De acuerdo con el Banco Mundial, para el
2020 el 60% de la población mundial tenía acceso a
internet, lo que ha significado nuevas formas de
gestionar el dinero, de elegir gobernantes, de
socializar, de aprender. En resumen, implica un
cambio de conducta y pensamiento en el individuo
a decir de Baricco (2019).
¿Qué pasa con la Educación?
El uso de tecnología en educación ha sido
motivo de continuo debate en las últimas décadas.
Por ejemplo, González (2019) cuestiona la
formación docente en el manejo de las tecnologías
de la información y la comunicación (TIC). Su
carácter reduccionista ha considerado al docente
como simple usuario en desmedro de la formación
didáctica lo cual ha provocado la reproducción de la
clase tradicional expositiva a través de aplicaciones
sin un fin pedagógico claro. A pesar de este hecho,
el uso de recursos tecnológicos con fines educativos
iba ganando cierto espacio, aunque a paso lento. Sin
embargo, tras el confinamiento obligado, los centros
educativos del planeta cerraron sus puertas. De
acuerdo con cifras de la Unesco (2020) el 91.3% del